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Canto a la Virgen de Piedraescrita (José Rodríguez Murillo)

CANTO A LA VIRGEN DE PIEDRAESCRITA

En esta tierra tuya-tuya y mía

donde el beso de Dios siempre conmueve

donde velan los ángeles, la nieve

de tus ojos nos ciega, nos desvía.

Nosotros somos ángeles de muerte,

enterrados detrás de nuestra nada,

jugando con la carne trasnochada

a bebernos la sed de nuestra suerte.

Pero Tú que no sabes de pecado,

tú que vuelas detrás de nuestras venas,

como alondra divina, Tú nos llenas

de Sol el corazón desenterrado.

¡Oh limpio bajel de Extremadura!,

la bella tierra donde Tú te miras

incansable te canta. Son de liras

prendidas, como el cielo, de la altura.

Hay campanas de luz entre tus brazos

y silencios de luna en el rocío,

y remansos de sombra junto al río

que circunda tu faz con leves trazos.

Todo suena en silencio en la memoria,

y nos habla de Ti, como una inmensa

catarata de paz. Se nos adensa

tu voz en nuestros huesos en la historia.

Esperas con el nardo la llegada

de una brisa nacida en la ladera,

como paloma herida en la ribera

la dulce soledad, así sentada.

A tus pies con los ojos doloridos,

con los labios resecos del camino

y una herida de cielo peregrino

nos postramos, oh Madre, desvalidos.

Almenas de misterio, cirios fieles,

inmolando en tu altar la humilde cera

calcinada en la sangre, compañera

de estos pasos que parten nuestras hieles.

Con los huesos cansados de la brega

nos hacemos a Ti. Tú a la medida

de nuestros tristes gritos de la vida

que en éste mar de sombras se nos ciega.

Incierto caminar de luces vivas

de una sed de cielo entre la tierra

de ésta carne imberente que se aferra

a las venas ahogadas y cautivas.

Emblema matinal, lírica estella

portadora de Dios, incienso arcano,

descendido pamel, sendero humano,

lumbrera del Señor, oh Virgen bella.

¡Oh Virgen del amor de Piedraescrita!,

esperamos la gracia de tu aliento

con un raudal de luz, como un cimiento

de ésta flor de la paz que se marchita.

Con un hervor de luz el solitario

poema de ésta tierra que se afana,

de tus hijos, Señora, se desgrana

como una sola voz en Campanario.

Por José Rodríguez Murillo C.M.P.

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