CANTO A LA VIRGEN DE PIEDRAESCRITA
En esta tierra tuya-tuya y mía
donde el beso de Dios siempre conmueve
donde velan los ángeles, la nieve
de tus ojos nos ciega, nos desvía.
Nosotros somos ángeles de muerte,
enterrados detrás de nuestra nada,
jugando con la carne trasnochada
a bebernos la sed de nuestra suerte.
Pero Tú que no sabes de pecado,
tú que vuelas detrás de nuestras venas,
como alondra divina, Tú nos llenas
de Sol el corazón desenterrado.
¡Oh limpio bajel de Extremadura!,
la bella tierra donde Tú te miras
incansable te canta. Son de liras
prendidas, como el cielo, de la altura.
Hay campanas de luz entre tus brazos
y silencios de luna en el rocío,
y remansos de sombra junto al río
que circunda tu faz con leves trazos.
Todo suena en silencio en la memoria,
y nos habla de Ti, como una inmensa
catarata de paz. Se nos adensa
tu voz en nuestros huesos en la historia.
Esperas con el nardo la llegada
de una brisa nacida en la ladera,
como paloma herida en la ribera
la dulce soledad, así sentada.
A tus pies con los ojos doloridos,
con los labios resecos del camino
y una herida de cielo peregrino
nos postramos, oh Madre, desvalidos.
Almenas de misterio, cirios fieles,
inmolando en tu altar la humilde cera
calcinada en la sangre, compañera
de estos pasos que parten nuestras hieles.
Con los huesos cansados de la brega
nos hacemos a Ti. Tú a la medida
de nuestros tristes gritos de la vida
que en éste mar de sombras se nos ciega.
Incierto caminar de luces vivas
de una sed de cielo entre la tierra
de ésta carne imberente que se aferra
a las venas ahogadas y cautivas.
Emblema matinal, lírica estella
portadora de Dios, incienso arcano,
descendido pamel, sendero humano,
lumbrera del Señor, oh Virgen bella.
¡Oh Virgen del amor de Piedraescrita!,
esperamos la gracia de tu aliento
con un raudal de luz, como un cimiento
de ésta flor de la paz que se marchita.
Con un hervor de luz el solitario
poema de ésta tierra que se afana,
de tus hijos, Señora, se desgrana
como una sola voz en Campanario.
Por José Rodríguez Murillo C.M.P.