Buenas noches a todos. Bienvenida, María de Piedraescrita.
Antes que nada, agradecer de corazón la oportunidad y el honor, que me llena de orgullo, como hijo del pueblo y como miembro de la comunidad parroquial de ofrecer la bienvenida a la más grande, más dulce y la más digna mujer de la historia.
Las brisas de primavera hace tiempo que nos despiertan los sentidos a los alegres colores de las amapolas, los panes y quesos, las lavandas; a las fragancias silvestres del hinojo, del romero o del tomillo; al silbido raso del gallego refrescante o del caluroso solano; a los tactos suaves de la mano en la pizarra de la serena, y, cómo no, al pálpito en el corazón por la visita de nuestra Señora.
Y en una visita especial, hay que prepararlo todo para ser acogedores, como hacemos con las calles, o los balcones de las casas. Tampoco falta la especial preparación de esa otra casa que vienes a visitar, el altar que cada persona de Campanario te tiene preparado en su corazón. Altar que espera ansioso la llegada de nuestra madre, porque quién no tiene a su madre en el altar del corazón.
Madre de Piedraescrita, quién no puede entender la entrega de una madre, el sufrimiento de una madre, el significado de un hijo para una madre. ¿Quién si no una madre cede alegremente en sus gustos, en sus ocupaciones y en sus ilusiones? ¿Quién mira sin condenar, quién habla sin ofender, quién perdona sin exigir, quién abraza sin reprochar…? Eres Tú, madre nuestra. Nadie como tú es capaz de unir, en el mismo instante, el mayor dolor y la mayor alegría, nadie como tú sufre tanto ante una respuesta violenta o un desprecio de indiferencia, nadie excepto tú acude a nuestro lecho para enjugar las lágrimas que producen el dolor o la soledad… Porque escuchas sin interrumpir, callas sin provocar, sufres sin herir, amas sin esperar…
Tu amor de madre nos acerca a comprender el amor de Dios. Desde tu preocupación cuando tu hijo Jesús, de corta edad, se queda en el templo dedicándose a las cosas de Dios, desde las bodas de Canaá, y ese “haced lo que Él os diga”, desde tu inquietud en el camino del Calvario, desde tu sufrimiento al lado de la Cruz, desde tu esperanza al lado de los apóstoles, nos haces ver cómo debe ser, cómo es el amor de una madre; y así nos imaginamos un poco cómo debe ser el amor de Dios. Amargura, Dolores, Soledad, Esperanza, Victoria; María de Piedraescrita, madre de Dios y madre nuestra.
Cuando uno va alcanzando una edad, comienzan a pesar más los recuerdos, y hoy es un día apropiado para rememorar algunos de los míos.
Recuerdo en mi infancia el pálpito del corazón cuando se acercaba el día de la entrada asido a la mano de mis padres, el regocijo del alma al verla aparecer por la Huerta esperando en la Cruz, la alegría y el alborozo de su pueblo acompañándola por los tortuosos y empinados caminos que recorren las lomas de los barrancos, el reverencial saludo de los trigales enhiestos, el aroma dulzón de los tomillos cantuesos, la solemnidad del toque de la Banda, y en el crepúsculo, el cielo iluminado por miles de estrellas de artificio, chispeantes y bulliciosas, que señalan que es un día grande. Y tu imagen flotando sobre las cabezas de las gentes. Recuerdo sobre todo, la transformación que se obra en muchos hombres y mujeres de mi pueblo vitoreando con pasión, el encendido corazón de los que gritan ¡Viva!, el alborozo y aplauso que sigue a cada viva coreado.
Recuerdo en mi juventud los encajes de horarios y de exámenes para poder regresar a Campanario, el corazón acelerado al conseguir estar aquí cuando vinieses, las múltiples visitas a rezarte, la inquietud de saberte aún más cerca en esos mayos, y marchar de nuevo a estudiar con nuevos ánimos, con las fuerzas renovadas.
Ahora, no lo vivo más tranquilo. Mi corazón sigue enervado cada año al acercarse tu llegada dispuesto a realizar promesas nuevas, a dar nuevas gracias, a solicitarte intercesiones, a ofrecer las manos, más cansadas, menos vivaces, más torpes, menos fuertes, pero más dispuestas y más entregadas…
Cuántos corazones de ancianos y enfermos en sus casas esperan también que los alivies sus pesares y dolores, añorando el roce de tu manto, la mirada limpia de tus ojos. Cuántos otros, desde el cielo, lanzan salves a tu paso.
Mi recuerdo también para todos los altares repartidos por la geografía española, incluso fuera de España, que cada año, en este día, se reservan un tiempo de recuerdo para ti, una salve, ¡qué hermosa oración!, brotando de los labios que reflejan unos corazones entregados, unos corazones que destierran el maltrato, tolerantes, implicados en sus mundos, denunciantes de injusticias, abiertos al perdón, y abiertos a la fe, porque tú, Madre de Dios, representas mejor que ningún nacido, la fe ciega en el Amor.
Debo recordar también a los damnificados por el terrible terremoto de Nepal.
Y un recuerdo especial para los jóvenes, sobre todo para los jóvenes campanarienses: alegres, joviales, generosos, sin prejuicios, valientes, informados. Hoy te pido por ellos, Madre de Piedraescrita, para que despiertes en ellos todos esos valores positivos que tienen, y sepan también crecer en fe del mismo modo que lo hacen en otras facetas de su vida. Que su osadía les lleve a experimentar la fe personalmente, buscando el encuentro con Dios a través tuyo, ejemplo de fe. En sus manos está el futuro, nuestro futuro, nuestra cultura y nuestras costumbres, y entre ellas la de una fiesta entrañable como la que hoy celebramos, la devoción piadosa a María de Piedraescrita, madre de Dios y madre nuestra.
Gracias María de Piedraescrita por entrar en nuestros hogares, gracias por querernos, gracias por ayudarnos a tener la fe que Tú tuviste, gracias madre, por ser con nosotros una Madre.
Que el corazón de cada uno de los que estamos aquí, en presencia o en pensamiento, se abra de par en par a tu llegada, que cada uno de nosotros te acoja como madre, que cada corazón, digo, se transforme para ser testimonio de Fe, Esperanza y Caridad.
Bienvenida, María de Piedraescrita, patrona excelsa de la Serena.
¡VIVA LA VIRGEN DE PIEDRAESCRITA! ¡VIVA NUESTRA MADRE! ¡VIVA LA MADRE DE DIOS! ¡VIVA LA BARRANQUERA!